La gobernabilidad y la ética del discurso político en el siglo XXI
La gobernabilidad y la ética
del discurso político en el siglo XXI
Mauro A. Izaguirre
Los gobiernos del mundo tienen un discurso frecuente en torno a la pobreza. Particularmente repetido en la última década y acentuado desde principios de ésta. La lucha contra este fenómeno social se ha convertido en una especie de ritual que se enseña a cada presidente al momento de asumir sus funciones como el camino discursivo a seguir. No obstante, los indicadores de desarrollo humano cada vez dibujan un panorama más patético sobre las condiciones de vida de millones de seres humanos que no tienen acceso a servicios públicos decentes.
Esa es la triste realidad. Hay un divorcio importante entre lo que se dice y lo que se hace. En medio de este camino queda la ética de la acción. Los programas de combate a la pobreza están llenos de excelentes y nobles intenciones en todo el planeta, pero en su aplicación, la maquinaria de las decisiones distorsiona los objetivos al presentarse un cúmulo de intereses que tienen mayor peso y control sobre la asignación de recursos públicos.
Las grandes agencias gubernamentales de carácter nacional e internacional se disputan la distribución de recursos para la ejecución de políticas sociales y su margen de acción se ha visto reducido a pesar del relativo incremento presupuestario. Su acción se centra generalmente en existencialismo puro y algunas veces combinado con operaciones de procesos sociales. Esto, obviamente, al no ser acompañado por el grueso de la maquinaria estatal en materia de políticas públicas origina que -éticamente- no estamos enfrentándonos eficazmente a la pobreza y las desigualdades, sino más bien operando en niveles coyunturales per secula seculorum.
Y así nos mantenemos en un círculo vicioso del cual es imposible salir. La población padece las terribles consecuencias; viéndose afectados la participación política y la credibilidad y confianza hacia la democracia como sistema de gobierno. La gobernabilidad se va por el despeñadero y es harto difícil dirigir los esfuerzos colectivos en un solo sentido mediante acuerdos políticos ciudadanos que establezcan las bases mínimas de convivencia. Por tanto, en materia de pobreza y marginalidad todavía falta mucho por decir y aún más por hacer. La formula de políticas públicas necesariamente debe modificarse e incorporar la ética de la acción como soporte fundamental de los Estados en su estrategia de combate a la "inequidad".
Los Estados nacionales deben ser los grandes protagonistas en el manejo de las políticas públicas. El cúmulo de intereses corporativos internacionales ha pugnado por ganar espacios de decisión desplazando a los actores representativos de la sociedad. Empero, no puede ser derrotada la pobreza por sólo tiene un interés parcial de la realidad circundante. No es ético manejar el combate a la pobreza como fenómeno social sólo en un nivel discursivo y de vedette, que ocasiona una expectativa creciente que día a día se desvanece y genera nuevos desencantos y frustraciones allí está un peligro virulento que está deteriorando la gobernabilidad en muchos lugares del mundo.
del discurso político en el siglo XXI
Mauro A. Izaguirre
Los gobiernos del mundo tienen un discurso frecuente en torno a la pobreza. Particularmente repetido en la última década y acentuado desde principios de ésta. La lucha contra este fenómeno social se ha convertido en una especie de ritual que se enseña a cada presidente al momento de asumir sus funciones como el camino discursivo a seguir. No obstante, los indicadores de desarrollo humano cada vez dibujan un panorama más patético sobre las condiciones de vida de millones de seres humanos que no tienen acceso a servicios públicos decentes.
Esa es la triste realidad. Hay un divorcio importante entre lo que se dice y lo que se hace. En medio de este camino queda la ética de la acción. Los programas de combate a la pobreza están llenos de excelentes y nobles intenciones en todo el planeta, pero en su aplicación, la maquinaria de las decisiones distorsiona los objetivos al presentarse un cúmulo de intereses que tienen mayor peso y control sobre la asignación de recursos públicos.
Las grandes agencias gubernamentales de carácter nacional e internacional se disputan la distribución de recursos para la ejecución de políticas sociales y su margen de acción se ha visto reducido a pesar del relativo incremento presupuestario. Su acción se centra generalmente en existencialismo puro y algunas veces combinado con operaciones de procesos sociales. Esto, obviamente, al no ser acompañado por el grueso de la maquinaria estatal en materia de políticas públicas origina que -éticamente- no estamos enfrentándonos eficazmente a la pobreza y las desigualdades, sino más bien operando en niveles coyunturales per secula seculorum.
Y así nos mantenemos en un círculo vicioso del cual es imposible salir. La población padece las terribles consecuencias; viéndose afectados la participación política y la credibilidad y confianza hacia la democracia como sistema de gobierno. La gobernabilidad se va por el despeñadero y es harto difícil dirigir los esfuerzos colectivos en un solo sentido mediante acuerdos políticos ciudadanos que establezcan las bases mínimas de convivencia. Por tanto, en materia de pobreza y marginalidad todavía falta mucho por decir y aún más por hacer. La formula de políticas públicas necesariamente debe modificarse e incorporar la ética de la acción como soporte fundamental de los Estados en su estrategia de combate a la "inequidad".
Los Estados nacionales deben ser los grandes protagonistas en el manejo de las políticas públicas. El cúmulo de intereses corporativos internacionales ha pugnado por ganar espacios de decisión desplazando a los actores representativos de la sociedad. Empero, no puede ser derrotada la pobreza por sólo tiene un interés parcial de la realidad circundante. No es ético manejar el combate a la pobreza como fenómeno social sólo en un nivel discursivo y de vedette, que ocasiona una expectativa creciente que día a día se desvanece y genera nuevos desencantos y frustraciones allí está un peligro virulento que está deteriorando la gobernabilidad en muchos lugares del mundo.
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